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Un rejoneador de alargada sombra
Antonio Cañero Baena creció a la sombra de las crines y los sables, hizo de ellos pasión y profesión y ambos tiñeron de claroscuro su memoria en el sentimiento cordobés
EN la Puerta Osario estuvo la casa familiar de Manuel Cañero Velasco, comandante del Ejército y profesor de equitación en un picadero de su propiedad. En el número 31 de esa calle, nacieron Arturo, Manuel, Carmen y, el 1 de enero de 1885, Antonio Cañero Baena. Los tres varones heredaron la vinculación del padre al caballo, sentimental y profesionalmente.
Salvo que casó con María Morales Vida, poco se ha escrito de la faceta personal de Cañero; como contrapartida, casi nada queda por decir de su trayectoria como rejoneador, un arte en donde fue auténtico revolucionario, maestro y propulsor de nuevos caminos, desde los 28 años en que aparecen las primeras noticias de él.
Dice la enciclopedia Espasa que comenzó "toreando a pie como afición, pero debido a varios accidentes graves, se dedicó a torear a caballo en corridas benéficas". Aunque se sabe que sufrió tremendas cogidas, como la que le destrozó ambos muslos en Córdoba en enero de 1917, el resto de su biografía invita a pensar más en la vocación que en la circunstancia, dada la pasión familiar por el caballo, el profundo conocimiento de ese mundo, el peso de las yeguadas en la ciudad que le vio nacer y su coincidencia con grandes rejoneadores portugueses, como Ruy de Camara, maestro en tierras peruanas de la mítica Conchita Cintrón.
El arte de colocar rejones y banderillas era, según los expertos, una costumbre de nobles que desaparece de los ruedos patrios con los borbones, mientras prevalece y crece en Portugal. Se mantiene en el campo y en fiestas privadas de la aristocracia, como apunta Montis, hasta llegar al duque de Hornachuelos que, "en unión de otros distinguidos jóvenes, organizaba encerronas al amanecer, en el circo de Los Tejares". En esas fiestas privadas, comienza Cañero a exhibir su arte en el rejoneo, siendo oficial del Ejército y profesor de equitación, para acabar reintroduciéndolo en la fiesta taurina, por la puerta grande.
El rejoneador cordobés, debutó el 14 de octubre de 1921, siendo desde ese día pionero en banderillear a dos manos y en matar con el estoque desde el caballo, cuando no remataba la faena pie a tierra. Ataviado con un, entonces novedoso, atuendo de traje corto y sombrero cordobés, creó escuela en grandes figuras, como Joao Nuncio o Simao de Vega, José García Carranza (el tristemente célebre Pepe El Algabeño) y el mismísimo Juan Belmonte.
Sería en 1922 cuando actuó en 22 festejos como profesional, a los que se sumaron los 60 de 1924. En ese año, coincidiendo con la Feria de Mayo, la crítica del diario La Voz decía, bajo el titular "El caballista Antonio Cañero y…pare usted de contar" que en el festejo primero sólo su actuación tuvo interés y en ambos toros, el público, la premió con una "ovación clamorosa". En la segunda, en medio de una crítica feroz a la gestión de Márquez y Facultades se apostillaba: "El triunfo grande e indiscutible ha correspondido al gran rejoneador Antonio Cañero".
En 1925 da un salto triunfal a Portugal; un año más tarde, sufre una grave cogida en Bilbao; en 1928 hace las américas con idéntico éxito y se retira en el 36. Aquel verano solicita su ingreso voluntario en el Ejército, tras la rebelión militar. Parte de su trayectoria, se recoge ya en distintas obras de Moreno Gómez. En 1936: El Genocidio franquista en Córdoba, dice el historiador que, el 23 de julio era capitán y encabezaba por primera vez al grupo de jinetes, que a caballo y al amanecer, provocaron junto a tres baterías de artillería, el primer ataque de los golpistas a la Almodóvar del Río republicana. Era el mismo "Batallón de Voluntarios de Córdoba, al mando del teniente coronel retirado Pedro Luengo Benítez y del rejoneador Antonio Cañero", volverían el día 21 de agosto, tras el bombardeo sobre Córdoba, desatando "crueles represalias". Luego de recibir su armamento y correajes "por envío directo de Queipo de Llano, el Escuadrón de Córdoba, conocido también como el de Cañero o del Amanecer, se integró en el Batallón Gran Capitán formado por "falangistas, jóvenes de acción popular y otras procedencias oligárquicas"; el del rejoneador era de "caballistas, guardas rurales, aperadores de fincas y señoritos aficionados a la equitación".
Estos y otros "méritos" de guerra del capitán Cañero dejarían en los cordobeses el imborrable recuerdo del Escuadrón del Amanecer, y en su carrera militar, un salto de dos escalafones; pues alcanzó el grado de teniente coronel sin pasar por el de comandante.
En los años 50, la transacción con el Ayuntamiento de unos terrenos de su propiedad, bautizaron un barrio con su apellido. Llevaba años retirado en su finca la Viñuela, donde una dolencia cardiaca acabó con su vida el 21 de febrero de 1952. Tras una misa en San Lorenzo, cuatro caballos enjaezados trasladaron su cuerpo al cementerio de San Rafael, en un cortejo tan fúnebre como solitario.
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