¡¡V I V A  E S P A Ñ A  Y  S U  F I E S T A  N A C I O N A L !!
« »

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Hay Que Abrigarse



Hay Que Abrigarse
Con fecha 28 de abril de 1889 se lidiaron en Madrid seis toros de la legendaria divisa de Palha que fueron estoqueados por "Lagartijo"
y "Frascuelo". Toros de mucha romana y mucho poder, amén de muchos pitones, que aguantaron cincuenta varas, dieron veintidós caídas y dejaron doce caballos para el arrastre. En la enfermería hubieron de ingresar Rafael Bejarano, "Torerito" y Saturnino Frutos, "Ojitos", por lo que Juan Molina, hermano de "Lagartijo", hubo de bregar con todos los toros como un león, hasta el punto de que gracias a él pudo echarse fuera la terrorífica corrida.
Pese a tratarse de un espléndido día de primavera, Rafael y Salvador, empapados de sudor, se envolvieron bien en sus capotes de seda,
y como Juan Molina lo llevara plegado en el brazo, fue advertido por "Frascuelo" al tomar el coche, diciéndole:
—Abrígate, Juan, que has "sudao" mucho. "Mía" que nos jases mucha farta pa estas batallas.

domingo, 25 de septiembre de 2011

PAQUIRRI: 28 AÑOS DE POZOBLANCO

PAQUIRRI: 28 AÑOS DE POZOBLANCO

http://deltoroalinfinito.blogspot.com
NACIDO PARA MORIR (1)
Prólogo:
José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral


El llanto por la muerte de Francisco Rivera, no tuvo palabras.
Fue un silencio de lágrimas contenidas. Eran las doce de la mañana y no había sombras en el ruedo, como si la muerte hubiera huido de la plaza. El silencio atronaba los oídos de mil hombres puestos en pie, y los toreros parecía estatuas luminosas sobe el dorado albero.

Fue una corrida soñada, que se lidió en Sevilla el 29 de Septiembre de 1984. La ausencia de claroscuro dio a la lidia un hálito de de desnuda sinceridad. Había muerto el barroco, que es un arte de atardecer, mezcla de mañana y noche, e infunde a la liturgia taurina ardides mágicos. Parecía una corrida campestre, como si la Maestranza fuera un templo matinal en el cielo. Nunca hubo en las plazas de toros un minuto tan sentido, un silencio tan gritado, una muerte torera con tantos aires de amanecida.
El éxtasis duró lo que el callar. Cuando la música atacó el pasodoble y disolvió el paseo, volvió el temblor humano que precede siempre a la salida del primer toro.
A Paquirri lo enterraron un mediodía de toros. Estaba escrito. Los carteles anunciaban la primera corrida de la feria de San Miguel: seis toros de Jandilla, para José María Manzanares, Tomás Campuzano y Espartaco. Pero esta tarde no hubo fiesta. La Maestranza había acogido al héroe muerto a la misma hora que se debió celebrar el apartado. La feria guardó luto ese día.
Manzanares, víctima de una fuerte depresión, no acudió. En su lugar acudió Pepe Luis Vázquez. ¡Qué contraste!: la multitud que acompañó a Paquirri hasta su tumba no quiso luego ir a los toros. En la Maestranza sólo estaban los cabales.
Lo maravilloso de aquella corrida de toros matinal fue que todos los toreros, absolutamente todos, se entregaron a la lidia con el más rotundo desprecio de sus vidas, y que los aficionados respetaron todos los lances de la corrida, sin dejar, por ello, de analizarla y degustarla. La fiesta de los toros está viva, porque la siembra la sangre de los toreros.
Los autores de este libro anduvieron a la salida como dos sonámbulos por las sinuosas calles del Baratillo. Llevaban el corazón partido por el amigo, por el torero muerto, y sentían el peso de más de mil corridas vividas en los infinitos osos de España. Pero la gallarda reciedumbre de los toreros les había devuelto el pulso firme de su afición. Aquella corrida vibrante y solitaria era una incitación a la vida, el triunfo del toreo sobre la muerte
----Tenemos que escribir un libro sobre todo esto. Se lo debemos a Paquirri y se lo debemos al toreo.
----Sí, tenemos que escribir un libro

----Conozco perfectamente la vida taurina de Paquirri, aunque me faltan sus orígenes. Le vi desde sus comienzos de matador, pero fue a partir de 1971 cuando le traté de cerca, a raíz de su noviazgo con Carmen. Mi amistad con la familia Ordóñez es antigua. Viene desde mi abuelo, que fue íntimo del Niño de la Palma. Naturalmente, al casarse Francisco con Carmen tuve la oportunidad de conocerle a fondo. Aunque nuestras relaciones acarreaban la dificultad de ser yo crítico y Paquirri matador en activo. La amistad es difícil así, o parece serlo para muchos. Sin embargo, me hice definitivamente amigo de Paquirri por mi condición de crítico. En 1975 tuvo una temporada pésima y le juzgué duramente. Mi sorpresa fue observar su trato. Carmen apenas me miraba. Paquirri seguía igual. Ni una mala cara. “José Antonio -me dijo-, yo sé mejor que nadie que estoy mal. No te preocupes. La amistad es una cosa y la profesión otra”. Años más tarde lo ratificó en un brindis que nunca olvidaré: fue en la corrida de Beneficencia de 1980, cuando mató seis toros en Madrid. Le regalé mi pluma, con una inscripción que repetía sus palabras: “Este no es un brindis de profesional a profesional. Es un brindis de cariño y amistad”.

----Yo no fui amigo de Paquirri. Le saludé en algunas ocasiones, e incluso compartí con él ese trance tenso de la habitación del torero en un día de corrida. Sí, le conocía en el ruedo. Frente a la superficial adicción a los toreros artistas, Paquirri era un lidiador de extraordinaria capacidad, que extraía de la lidia un discurso de amplio registro. Torear no es solo acoplarse al toro y rimar pases de embriagadora belleza. Es también un determinado comportamiento del hombre ante la muerte, que brota tan espontáneo como diferentes son los peligros que propone el toro. El toreo se asienta sobre una estrategia, una especie de ajedrez mortal, que exige al matador una inteligencia alertada, exteriormente geométrica –elección de los terrenos, sentido de las distancias, in tuición del “temple” que cada toro lleva dentro –e íntimamente sentida, como si el torero fuera espectador de sí mismo y se gustar toreando. A mi modo de ver, Paquirri era un lidiador excepcional y sustituía su ausencia de goce estético por un valor explicado con alardes y sustentado en el conocimiento. La belleza del toreo de Paquirri nacía de la razón y en el coraje. Creo que las faenas de Paquirri son tan memorizables como las de otros toreros más artistas, porque estaban llenas de contenido argumental. Reivindicar la figura torera de Paquirri me parece tan necesario como reivindicar la autenticidad del toreo. Por eso, el libro que escribamos no podrá ser sólo un canto ni un homenaje ditirámbico. Habrá que analizar su toreo, criticarlo, y buscar las relaciones que hay entre el hombre y el artista.

----Dicen que de toros nadie sabe nada. Si acaso los toreros. No sólo a Paquirri le debo lo poco que sé. La discusión con los toreros sobre la corrida, las condiciones de cada toro, sus cambios, sobre el cómo y por qué de cada lance, me ha enseñado a conocer la fiesta desde dentro. He recorrido miles de kilómetros con los toreros, en mi coche o en el de ellos. De ciudad en ciudad. Interminables noches de conversación apasionada. La observación atenta de la lidia, su análisis técnico y el campo han sido m i escuela. Con Paquirri después de cada corrida. Siempre le hable claro, y creo que a él le gustaba. En Valencia tras una mala tarde, subí a su cuarto y le vi callado. Estaba allí Carlos Corbacho tratando de justificar la agresividad del público. “Es que no has banderilleado --le decía--. Por eso la gente se ha puesto en tu contra””. Al marchar Corbacho, ya solos, le dije a Paco: “”No te engañes. La verdad es que hoy no te has cruzado con el toro ni una sola vez””. Paquirri dudó al principio. Pero luego, cenando en la Pepica reconoció mi versión

----Es curioso que cuando hablamos de Paquirri siempre terminamos por hablar de la entraña del toreo. Es decir que hablamos de la técnica precisa para que el torero entienda al mayor número de toros del valor necesario para que sea capaz a de desarrollar su inteligencia frente al toro; del sitio en que debe ejecutar las suertes para que el toreo sea, primero puro, y después, bello. Pienso sinceramente que Paquirri ha sido uno de los lidiadores más grandes de todos los tiempos, que negó el carácter de trámite a cualquier acto de la lidia y comenzaba sus grandes faenas en la misma puerta de chiqueros al abrirse el toril. Pero presiento que para cimentar todo lo que pensado ambos viéndole torear, y tú conversando muchas veces con él, hay que viajar al mundo dónde se nutrió el toreo de Paquirri, buscar los antecedentes en las dehesas, conversando con mayorales y vaqueros, con los toreros que fueron sus maestros, con los ganaderos que le <> sus primeras vacas.
----Es necesario. Además. Vamos a pisar el fondo. Sí, porque Sevilla, Jerez, El Puerto, incluso Ronda, son el brocal de un pozo hondísimo, cuyo fondo está en lo más bajo de Cádiz. Medina Sidonia y Vejer son dos faros que iluminan desde lo alto la comarca más profundamente taurina de España. Las gentes no saben allí de estadísticas ni de temporadas largas o cortas. Se cata, simplemente, la bravura y el toreo desde dentro. Porque allí el tiempo no existe. Solo el toro. Puede que Paquirri sea negado por los aficionados del asfalto, pero en el campo, dónde la destreza es la primera cualidad del torero, resulta incontestable.
Habíamos pasado la noche en La Barca-Vejer y la mañana con Álvaro Domecq en “”Mesa Baja””, una magnífica “tela” que sirve de corredero para el acoso y derribo, cerca de Benalup. Comimos al calor de una hoguera y al abrigo de unos árboles. Hubo tertulia con Don Álvaro, su hijo y varios jinetes jerezanos. Más tarde nos recibió Rafael Ortega, en “”Villagardosa””, una finca situada muy cerca del mar. En una rústica sala, coronada por impresionantes cabezas de toros, el maestro de la Isla evocó, junto a la chimenea, las andanzas de los toreros de la comarca, desde las marismas de Al-Ventus hasta las altas aldeas de la serranía de Ronda. Y recordó la forja torera de un Paquirri adolescente. Nuestras conversaciones habían tenido, inevitablemente, un tono crepuscular, rezumaban a pasado, como si la muerte de Paquirri planeara sobre este inagotable vivero del toreo. Pero el viejo torero nos contradijo: <>. También lo había comentado Álvaro Domecq: “Esto del toreo es un caso muy raro. Parece como si la muerte de Paquirri hubiera despertado a los chavales. Ha muerto el ídolo, y sin embargo, ellos quieren ser toreros con más ganas que nunca”.
Un día después tuvimos ocasión de comprobarlos. Caía la tarde sobre la plaza del Puerto de Santa María y habíamos ido para tomar una copa con Luis Ortega, en el bar del conserje de la plaza.. Cuando nos asomamos al ruedo, el sol pintaba las gradas de rojo y el coso era una concavidad azul. Dos muchachos toreaban al silencia ante la piedra callada de los tendidos. “Esperen ustedes, que van a ver algo grande”, nos dijo el conserje. Y por el patio de cuadrillas salió alguien muy chiquito. Un crio de seis años, su hijo. Toreó el carretón con aires agitanados y talante de torero recio. La simiente seguía dando fruto.
Hemos pasado un día en Sanlúcar la Mayor, con Rafael Muñoz y su hermano Manolo. Y hemos conocido a José Antonio, el nuevo vástago de la familia. Tiene la muleta que estrenó Paquirri, el domingo de Resurrección, en Sevilla.
---- ¿Te has fijado? Manolo lloró recordando la muerte de Paco. Y el niño queriendo ser torero, a pesar del llanto de su tío. ¡Qué picadores más grandes! Me han impresionado estos hombres tan sanos. Lo mismo que Antonio Torres, descansando definitivamente de varios infartos en su casa de La Algaba, rodeado de sus hijos, todos universitarios, aficionadísimos. Y Andrés Luque, orgulloso del par de banderillas que brindó a Paquirri en su última tarde en La Maestranza. Y Pichardo, que ya no va a torear. Ponce, en Aznalcóllar, también se ha retirado. Pero lo que más me ha llegado es lo que nos dijo Alfonso Ordóñez en el Patio del Hotel Alfonso XIII: “Hay que sentirse orgullosos de estar ante el toro, independientemente de la categoría que se tenga. Hasta un monosabio puede hacer lo más importante de la tarde”.
Juan Luis Bandrés se volcó, emocionado, en Algeciras. Parecía mentira verle lloroso en su despacho de naviero. Dudaba en mantener la ganadería. Entre maquetas de barcos y cuadros de buques, confesó que hacía sus primeras y únicas declaraciones sobre lo ocurrido en Pozoblanco. También Corbacho nos contó sus experiencias con Paquirri. Y en el bar del Hotel María Cristina, José Luis Rodríguez nos puso un nudo en la garganta. Él había sostenido la cabeza de Paco en la enfermería, mientras los médicos luchaban por salvarle.
Recorrimos Zahara de los Atunes y Barbate, y nos pareció que Paquirri iba a nuestro lado. Le hemos visto de niño, de mozo. Diego Reina, en Chiclana, le ha descrito con una sencillez pasmosa. Su madre. Doña Candelaria, nos ha dado la foto más importante de este libro. Y en “Los Derramaderos”, la finca más visitada por Paquirri, dónde hizo sus primeros tentaderos, hemos completado el pasaje del nacimiento de un torero.
----Ahora tenemos que subir a Pozoblanco. Qué paradójico final de trayecto. Pozoblanco es un pueblo para vivir, un Edén ajardinado, más allá de la bravía sierra de Córdoba. En todo caso, podría ser el regreso a Itaca, el final de la desventura, un inevitable regreso a la tierra, acogedora, sentida como lecho propicio para una muerte placentera, nunca para encontrarla en el combate.
Cuando regresamos, hundiéndonos por el Valle de los Pedroches, parecía que descendíamos a las entrañas de la tierra. Tuvimos que detener el coche para contemplar la inmensidad de aquel espacio con rumos de mar, que fuerza a mirar hacia dentro y sitúa al hombre en el límite de sus relaciones con el cosmos. Mala ruta para morir.
Más que la ansiada llegada a Córdoba es un dantesco descenso a los infiernos. José Antonio me ofreció un cigarrillo y trató de recordar unos versos de Federico García Lorca, escritos sesenta años antes y que parecían pensados para expresar la agonía de Paquirri.
----Era “una canción de jinete” y Paquirri había sido un hombre de a caballo, que sólo descendió a la tierra para torear. A la memoria me vino como suspiraba la palabra <>.



Córdoba.
Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
Yo nunca llegará a Córdoba.

Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde la torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay que la muerte me espera,
Antes de llegar a Córdoba

Córdoba.
Lejana y sola.


(1) NACIDO PARA MORIR.- Espasa Calpe.- Madrid 1985
Autores: José carlos Arévalo y José Antonio del Moral



Son las cinco en punto de la tarde. Los héroes no escriben epitafios. Ni siquiera el suyo. Hace años, en 1925, un periodista de Sevilla encargó a Ignacio Sánchez Mejías sobre las corridas que toreaba. Delicioso error. La calidad literaria del sorprendente torero sevillano no pudo tapar su incapacidad crítica. Si un músico tuviera que criticar su música, lo sensato sería que volviera a escribirla. Las críticas de Sánchez Mejías hablaban, naturalmente, de otras cosas; descubrían esquinazos inéditos del inagotable universo de los toros; entraban en un territorio vedado al escritor, que nunca podrá escribir desde el ruedo.
Esta preciosa incapacidad del diestro para ser bardo de sí mismo, fue absoluta cuando le tocó describir la experiencia íntima de la cornada, el trauma del dolor, el desasosiego técnico provocado por el error taurómaco, la espiritual recuperación del “sitio”. De Sevilla le llegaban a Ignacio apremiantes cables que le instaban al cumplimiento de su deber como periodista. No tuvieron respuesta. El torero herido cavilaba, intentaba traducir sentimientos a palabras. Pro cuando releía lo escrito, más insustancial y fallido lo encontraba. Perseguía la búsqueda de un concepto indefinible, la clave desveladora. Tenía que haber un principio situado más allá del dolor, clave de un desfondamiento tan hondo, que lo había precipitado desde una cumbre vibrante a un vacío sentido como náusea.

----Seguro que el valiente sevillano no sabía que el torero es el héroe joven por antonomasia, y que la juventud no cree en la muerte. El hombre sólo es inmortal cuando supone serlo y la juventud es el único estadio inmortal de la vida humana. La muerte, ausente del propio cuerpo, está más allá del horizonte, es una noticia sin eco. No existe. Antonio Ordóñez me comentaba un día que no temía a la muerte, porque no la conocía Y cuando llegara, tampoco. Sería tan rotunda que no le daría tiempo.
Era en Santander. Las olas se quedaron quietas en la bahía, caía el sol, el mar estaba silenciosos como un cuadro y Ordóñez hablaba imbuido del mismo bienestar: “La muerte no existe en el torero. La trae el toro colgada en sus cuernos. En la plaza nadie quiere creer en la muerte y por eso se mata a los toros. Ésta es la razón más oculta, la que de verdad anima el juego de los toros. Los toreros que creen realmente en la muerte, sólo deben hacer una cosa: retirarse”.
----Otro, Antonio Bienvenida, pensó en la muerte y meditó sobre el significado más profundo de la cornada: “Es curioso que después de haber sufrido tantas cogidas me haya puesto a pensar en ellas, a saber valorarlas ahora que me he ido de los toros. Menos mala que esta manía no me dio entonces. Siento como un miedo retrospectivo, como si al recordarlas pusiera en peligro mi vida. Me llega el olor a éter de la muerte. Los toreros no sentimos la muerte como algo real, porque nuestro cuerpo está fuerte. Caemos enfermos sin estarlo. Esto es la cornada. Una agresión injustificable. Y entonces te preguntas: ¿por qué a mí, tan en forma, con tantas ganas de vivir, con celo de triunfos y una sed tremenda de ganar dinero? Sientes que se cuela de rondón. La cogida es un azar a contra estilo, lo contrario de la suerte, la única enemiga del hombre”.
Recuerdo que Bienvenida me dijo que las cornadas son una muerte pequeña y que por eso los hombres son inmortales: sólo los mata el mundo, la muerte siempre viene de afuera. El torero es el hombre joven acostumbrado a la muerte pequeña, sujetada por el orgullo que confiere el traje de luces, menos intensa que la pasión de torear. Sé que este libro será, página tras página, revivir la vida torera de Paquirri. Tengo la impresión de que a través del toreo podremos también descubrir al hombre. Y, sin embargo, este viaje al fondo de Paquirri nos ha mostrado muchas puertas cerradas. Tal vez queden lagunas, incógnitas por descubrir.
----No te importe. Este libro lo vamos a escribir Paquirri, tú y yo.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Rodolfo Gaona



Rodolfo Gaona (1888-1975), "El Califa De Leon", matador de toros mexicano.
Nacido en León de los Aldamas, Guanajuato, el 22 de enero de 1888, fue inventor de la gaonera y del centenario (como una gaonera pero con la muleta y por el lado derecho). Se le considera uno de los toreros más elegantes de la historia.
Debut en México: 1 de octubre de 1905 en la plaza de México D.F.
Temporada 1908: llega a España. El 15 de julio inauguró, junto a "Bombita" y "Machaquito", la plaza de Vista Alegre de Madrid.
Alternativa: 31 de mayo de 1908 en Tetuán de las Victorias (Madrid) con toros de Basilio Peñalver, siendo su padrino Manuel Lara "Jerezano", que le cedió el toro "Rabanero".
Confirmación: 5 de julio de 1908. Su padrino fue Juan Sal López "Saleri", que le cedió el toro "Gordito" de Juan González Nandín. Actuó de testigo Tomás Alarcón "Mazzantinito".
Otros datos: Gaona fue durante algunos años figura imprescindible del toreo, tanto en España como en América, llegando a rivalizar incluso con figuras de la talla de Joselito y Belmonte.
Discípulo de Saturnino Frutos Ojitos (banderillero de "Frascuelo"), se presentó en la vieja Plaza de Toros de la Ciudad de México el 1 de octubre de 1905, y en la de Tetuán de las Victorias, de Madrid, el 31 de mayo de 1908. Ese mismo año, el 15 de julio, inauguró, compartiendo cartel con Ricardo Torres "Bombita" y Machaquito, la plaza madrileña de Vista Alegre. Desde entonces y hasta la aparición de Joselito y Juan Belmonte, Gaona vivió su época de mayor crédito en España. En México, sus grandes éxitos llegaron entre 1920 y 1924. Sus contrincantes principales fueron Ignacio Sánchez Mejías y Marcial Lalanda.
Se retiró de los ruedos el 12 de abril de 1925, en la Monumental Plaza El Toreo de La Condesa, de la Ciudad de México, en una tarde magnífica en la que estoqueó siete toros. Falleció el 20 de mayo de 1975, en la Ciudad de México.
Estuvo casado con la actriz española Carmen Ruiz Moragas.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La plaza de toros de Santander



La plaza más antigua con que contó Santander se hallaba situada en terrenos de la calle de Juan de Alvear, detrás de la calle Burgos. Esta plaza duró poco y fue sustituida por otra de mejores condiciones, situada en Molnedo, al noroeste de la ciudad. Tenía tendido y dos pisos, con capacidad para 6.700 espectadores.
Fue inaugurada el 4 de agosto de 1859, con una corrida en la que Cúchares y el Tato lidiaron toros de Veragua y Rodríguez (de Salamanca).
Esta plaza subsiste hasta el año 1890, en que se construye la nueva por la razón social Gallostra y Compañía, en Cuatro Caminos, con un aforo de 11.000 localidades. Inaugurada el 25 de julio, con toros del conde de la Patilla, estoqueados por los diestros Cara-Ancha y Luis Mazzantini. Estos diestros actuaron también en la segunda corrida el día 27 de ese mismo mes, y en su tercera corrida fue el diestro Guerrita quien se encerró con seis toros del Marqués de Saltillo, aunque sólo estoqueó cinco, pues el último se lo cedió al sobresaliente Miguel Almendro.
El diámetro del ruedo es de 51 metros. Tiene dos pisos, y sobre los intercolumnios del último, los hierros y divisas de las ganaderías más importantes, en una arcada de estilo mudéjar, en cuyo machón se lee el nombre del respectivo ganadero.
Son excelentes las dependencias, y tan sólo es censurable el acceso, que se hace directamente desde el exterior a cada tendido, por carecer de pasillo y galerías circulares. El proyecto fue labor del arquitecto don Alfredo de la Escalera.
En 1913 se celebró la llamada corrida monstruo y que se celebró con resonancia nacional. En realidad, fueron tres corridas de toros. La primera, a las diez y media de la mañana, con astados de Benjumea, para Vicente Pastor, Cocherito de Bilbao y Torquito. La segunda , a las tres y media de la tarde, con toros de Parladé, para Machaquito y Joselito. Terminada esta corrida, Ricardo Bamba y El Gallo lidiaron cornúpetas del Marqués de Saltillo. Para conmemorar su centenario, se realizó otra corrida monstruo.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Ignacio Sánchez Mejías



Ignacio Sánchez Mejías (n. Sevilla, 6 de junio de 1891 - m. Madrid, 13 de agosto de 1934). Su figura trascendió con mucho el ámbito taurino, ya que fue también escritor y miembro destacado de la Generación del 27, lo que le convirtió en uno de los personajes de la cultura más populares de la España de antes de la guerra civil española.
Cuñado del mítico torero Joselito "El Gallo", en su cuadrilla se formó como torero y fue quien le dio la alternativa en 1919, con Belmonte como testigo. Cuando Sánchez Mejías murió, como consecuencia de una cornada en la plaza de Manzanares, su figura fue ensalzada por Miguel Hernández, Rafael Alberti –que hizo el paseíllo en su cuadrilla– y otros grandes poetas, incluido García Lorca, cuyo Llanto por Ignacio Sánchez Mejías es para muchos la mejor elegía en español desde las Coplas de Jorge Manrique.

De familia acomodada, se escapó de casa siendo un adolescente en busca de aventuras, viajando como polizón en un barco que se dirigía a México. Ese afán aventurero le hizo abrazar la profesión taurina. Extraordinariamente polifacético, fue también actor de cine, jugador de polo, automovilista, escritor de obras de teatro y presidente del Real Betis Balompié.
En la década de 1910 formó parte de la cuadrilla de José Gómez "Joselito", su amigo de la infancia, con el que había emparentado en 1915 al casarse con una hermana del gran diestro sevillano. En los tres años siguientes se consagró en la cuadrilla de Joselito como el mejor banderillero español, con permiso de su cuñado Joselito, excepcional rehiletero. Los historiadores taurinos coinciden en señalar que la técnica de Joselito es la más perfecta que se ha conocido y el mejor torero de la vieja escuela. Y en esa escuela se formó, como matador de toros, Ignacio Sánchez Mejías.

 Matador de toros

En 1919 tomó la alternativa en Barcelona de manos de Joselito y con Juan Belmonte de testigo. La confirmó en Madrid al año siguiente. En 1920, alternando en un mano a mano con Joselito en Talavera de la Reina fue testigo de la muerte de su cuñado en una cogida del toro «Bailaor». Se conserva una fotografía de Sánchez Mejías velando a Joselito:





La fotografía de Ignacio abrumado por el dolor, sosteniendo con una mano abierta la cara mientras con la otra acaricia la cabeza de Joselito yacente, tranquilo ya en su gloria, es quizás la más emocionante de la historia de la Tauromaquia.
«Ignacio Sänchez Mejías, el torero del 27», El Mundo, 3 de mayo de 1998.
El éxito de su toreo no se basó en su técnica o en su estilo, y menos compitiendo con los considerados como mejores toreros de la historia (Joselito y Belmonte), sino sobre todo por sus alardes temerarios: toreos de rodillas, recibir sentado en el estribo, banderillas por los adentros, etc. A mediados de la década de 1920, siendo figura del toreo, se cansó de los toros, se retiró y se dedicó a otras actividades, como su presidencia bética o su papel como mecenas de lo que luego se conocería como generación del 27, algunos de cuyos miembros eran verdaderos aficionados a la tauromaquia y expertos taurinos. La primera vez que se reunieron sus componentes (Federico García Lorca, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Luis Cernuda...), encuentro celebrado en 1927 y que dio nombre a la generación, fue por iniciativa de Sánchez Mejías conmemorando el 300 aniversario de la muerte de Góngora.
En 1934 decidió reaparecer en las plazas a la vez que Juan Belmonte. Sustituyó a Domingo Ortega en Manzanares (Ciudad Real), el 11 de agosto. Granadino, pequeño, manso y astifino le dio una gran cornada en el muslo derecho al iniciar la faena de muleta sentado en el estribo, uno de los arriesgados lances que practicaba a menudo. No permitió que lo operaran en la modesta enfermería de Manzanares, donde el médico local Fidel Cascón Arroyo se ofreció para intervenirlo, y pidió volver a Madrid, pero la ambulancia tardó varias horas en llegar. A los dos días se declaró la gangrena. Murió en la mañana del día 13 de agosto. El mito dice que buscó la muerte:
Sánchez Mejías, cansado de vivir y de ver mundo, reapareció para morir en las astas de un toro. No concebía otro tipo de muerte, y tuvo la que él quiso.
Domingo Delgado de la Cámara, Revisión del toreo, 2002, pág. 255.
Su faceta como intelectual y el enorme aprecio que los escritores del 27 le dispensaron hizo que su repercusión en la historia del toreo sea muy superior que su significado estricto como matador de toros:
Sánchez Mejías no era un artista. Tampoco un torero inteligente. Los alardes de valor eran la expresión de su tauromaquia. [...] Su figura excedió el ámbito taurino para ser uno de los grandes personajes del ámbito cultural de la España de anteguerra.
Domingo Delgado de la Cámara, Revisión del toreo, 2002, pág. 255.

La tauromaquia de Goya:El Cid Campeador lanceando otro toro

File:El Cid Campeador lanceando otro toro (Tauromaquia - Goya).jpg

Goya:El Cid Campeador lanceando otro toro


La tauromaquia es una serie de 33 grabados del pintor español Francisco de Goya, publicada en 1816. A la serie hay que añadir otras 11 estampas, llamadas inéditas por no incluirse en aquella primera edición a causa de pequeños defectos, aunque son igualmente conocidas.
La idea de Goya de dedicar una serie a la tauromaquia se remonta a principios del siglo, y fue elaborándola con lentitud, sin un plan demasiado concreto, probablemente interrumpido por la guerra. La intención inicial de Goya fue, según diversos autores, la de ilustrar algunos pasajes de la Carta histórica sobre el origen y progreso de las corridas de toros en España (1777), que Nicolás Fernández de Moratín dedicó a Ramón Pignatelli. Goya sobrepasó su idea inicial y completó la serie con hechos y recuerdos personales taurinos no aludidos en la obra de Moratín, como algunos lances famosos de corridas profesionales.

martes, 6 de septiembre de 2011

México, entre toreros y rancheras



Antonio Burgos, El Mundo de Andalucía, sábado 27 de septiembre de 1997


México era una película de Jorge Negrete, una canción de Irma Vila, Jalisco no te rajes, Guadalajara en un llano, ya se secó el arbolito donde vivía el pavo real, y ahora dormirá en el suelo como cualquier animal. México eran aquellos calzones como los que usa el ranchero, que los comienza de lana y los termina de cuero, allá en el rancho grande de México, allá donde vivía Jorge Negrete, e Irma Vila, y Carlos Arruza. México era el coche de Carlos Arruza, los recuerdos de la letra de popurrí carnavalesco que le habían puesto al pasodoble cordobés:
Manolete, Manolete,
si no sabes toreá
pá qué te metes...
Manolete, y Arruza...
El toro había matado a Manolete y nos quedaba aquel Arruza que estaba siempre dándole un abrazo, al pie de un avión DC-3 como el del aeropuerto de "Casablanca", en la fotografía que tenían enmarcada en el despacho de La Teatral. Arruza era México. Un México con el que siempre estaba en perri el convenio taurino. Una temporada había convenio, y a la otra no la había. Un año venían los mexicanos y al año siguiente no podían venir. Y como todo era tan lejos, y éramos tan niños, todo nos parecía allá en el rancho grande, allá donde Manolete había dicho que si no ponían la bandera de España, él no toreaba. Cuando, con el "Dígame" o "El Ruedo" en la mano mi padre me decía que este año no venían los toreros mexicanos, yo me creía que era por aquello de la bandera de España que no habían querido poner, pero que tuvieron que ponerla, porque, si no, Manolete no hacía el paseíllo.
Claro que ahora que lo evoco, Arruza era más de aquí que de allí. Hasta había por Heliópolis un equipo de fútbol modesto, que llevaba Viola, el maestro de obras que hizo el mostrador de azulejitos de Casa Calvillo, con su nombre: Club Deportivo Arruza. Arruza era como español, aunque pareciera un americano rico con aquel cochazo. Luego sabríamos que era medio pariente de León Felipe, pero eso sería más adelante, cuando supimos que México era el país del presidente Cárdenas donde llegaron los exiliados españoles, donde los lentos ojos de Luis Cernuda quizá vieron otro Sur, donde fundaron aquel Fondo de Cultura Económica que nos traía la primera edición de "La realidad y el deseo", los manuales que recomendaban en clase de Historia del Arte, de Historia de la Filosofía, de todas aquella historias de que la mejor cultura española estaba entre los españoles del éxodo y del llanto.
Y como Arruza era medio de aquí, pues muchos mexicanos llegaron en la estela de su crucero transatlántico. Vino Silvetti, vino El Calesero, vino El Soldado. Y vino Joselito Huerta. A Joselito Huerta lo llevaba Alberto Alonso Belmonte, y no sé cómo recaló por la sastrería de mi padre para hacerse unos trajes y para volver todas las tardes, de charlita de tertulia. Fue la primera imagen cercana de un torero que pude tener. Fue el torero en que puso sus complacencias de taurino mi padre, que había sido medio apoderado de Joselito de la Calzada y que luego se gastó unos dineros en sacar a Antonio Codeseda. Llegaba por la tardes Joselito Huerta, y para mí es como si entrara por las puertas Jorge Negrete hablando como el Cantinflas de las películas del cine Florida:
--- Buenas tardes, maeeestro...
Y en el "maeeestro" hacía la inconfundible caída melódica de los manitos. Y era alto y cetrino, erguido como una pirámide azteca. Todos aquellos toreros mexicanos tenían algo de moctezumas que venían a hacer el viaje de Hernán Cortés a contraflecha y en contramano, a conquistas a los conquistadores. A mí por lo menos me conquistó aquel azteca Joselito, con valor, con un sentido campero de la filosofía taurina. Lo vi de novillero tantas tardes, en Sevilla, en Jerez, con Mondeño, con Ruperto de los Reyes, con Corbacho... Una noche fuimos a verlo a la clínica Virgen de los Reyes, donde el doctor Leal Castaño lo curaba de un cornalón que un toro le había pegado por ahí. Estaba desnudo sobre la cama, liado en vendas, con aquella calor de zócalos de azulejos de las clínicas antiguas, y cuando mi padre dijo la habitual frase con que se lamentan las cornadas, como un príncipe azteca, sin darle la menor importancia, sentenció con su acento manito del rancho grande aquella frase que no se me olvidará y que he incluso he convertido en aguja de marear adversidades:
--- Pues ya ve usted maeeeestro. El que anda con el aceite se mancha con el aceite, y al que anda con el jabón se le cae el jabón...
Y la cornada estaba allí, tras aquellas vendas del viejo olor a cloroformo y a almidón de las tocas de las monjas. Algunas tardes Huerta venía a la sastrería con su paisano Silvetti, alto, con unos deslumbrantes pasadores de oro en la camisa de seda, y a mí me parecía más un artista de cine que un torero de México. Y vivimos como nuestras las vísperas de su alternativa, una feria de San Miguel, que se la daba Antonio Bienvenida. Joselito Huerta se vestía en el Hotel Bristol de la calle San Eloy, y allá, donde tantas novilladas fuimos a saludarlo, acudimos aquella tarde septembrina, junto a la trianera guayabera blanca de Alberto Alonso Belmonte. Recuerdo que Antonio Bienvenida iba de rosa y oro y que estuvo genial en aquella su forma, tan sevillana, de gallear con la muleta por la cara de los toros. Y recuerdo que Joselito Huerta estaba más mágicamente azteca que nunca, más cetrino, en aquella fotografía dedicada de la alternativa, que mucho antes del día de la Virgen del Pilar ya tenía mi padre colgada frente a los tres espejos del probador. Para ponerla hasta quitó el cuadro de la Virgen de las Lágrimas de Santa Catalina.

sábado, 3 de septiembre de 2011

MALETILLA


MALETILLA
¡Torero en flor, maletilla!
Un capote para el hambre
y el sudor de cada día,
y los bolsillos del miedo
llenitos de valentía.
¡Y fantasía!
Ya desfilan por el ruedo
tus sueños y tu cuadrilla.
¿El toro? ¿Qué importa el toro?
Lo que importa es cómo brilla
tu traje al sol, ¡chorro de oro!
maletilla.
Un aire de pan caliente,
un torito candeal
cruza rumorosamente
mugiendo por el trigal
¿Para cuándo, maletilla,
tu capote de percal?
¡Ay, si supiera la gente,
maletilla,
cuánto capotazo al hambre
por un par de zapatillas..!
¡Ay, si la gente supiera
lo que cuesta una montera,
maletilla!
MANUEL BENITEZ CARRASCO


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...